domingo, 6 de septiembre de 2009

Por dentro cambia la cosa

En cuestión de restaurantes, lo importante sigue siendo el contenido del plato. Si fuera por el entorno, la accesibilidad o la decoración muchas veces nos perderíamos gratas sorpresas y algún momento memorable que otro. La forma de que esto no suceda es estar libre de prejuicios y, por si acaso, dejarse aconsejar por un amigo o varias guías de confianza.

Desde fuera el Restaurante Calvo en Puente San Miguel es una más de las hosterías y pensiones que salpican las carreteras cántabras en las que es hasta posible que uno encuentre algo de las viejas casas de comidas con raciones generosas y honestos platos de antaño, o no. En este caso se realiza una cocina limpia basada en los productos de la tierra y del mar, sin demasiadas complicaciones y con resultados muy satisfactorios. A lo largo de los años ha perdido la novedad del primer momento y quizá ahora uno se fije más en la estrechez del local y su bulliciosidad. También, cómo no, han incrementado los precios, aunque se mantienen en un buen equilibrio. Excelentes sus almejas (14 €) y sus albóndigas de calamares (2,20 € la unidad), fresco y bien hecho el jargo con patatas panadera (12 €), casera la tarta de chocolate con naranja (4 €).

Comer en el centro de las ciudades siempre es un riesgo. Nos podemos encontrar con un local diseñado para sacudir los bolsillos de los turistas o con los clásicos “de toda la vida”. Este es el caso de Restaurante Mesón de Alberto. Situado en la bien surtida de bares y restaurantes calle Cruz de Lugo, sus instalaciones nos hablan de la prosperidad por el trabajo de una familia; sus salones privados de los negocios y celebraciones de la sociedad lucense. Ofrecen una cocina basada en una materia prima difícilmente conseguible fuera de Galicia y un buen y atento servicio. Un hallazgo los grelos con marisco y la lubina con salsa de erizos. Además tuve la oportunidad de disfrutar del excelente y ajustado de precio Viña Mein. Este restaurante es un claro ejemplo de que la calidad, el lugar y el orgullo familiar aparecen en la factura.

A veces uno hace cosas irracionales en la vida. Una de ellas es hacer kilómetros cruzando la nada para comer en un restaurante. Esta vez tocó Hostería Camino en Luyego de Somoza, en plena Maragatería a 18 kilómetros de Astorga. Se trata de un Centro de Turismo Rural hecho con cariño y profesionalidad, con unas instalaciones y un servicio a imitar por lugares de mayor empaque y precio. Las ancas de rana (14 €) resultaron una aparición gozosa que evocaron los tiempos perdidos de las meriendas en el campo; las patatas a lo pobre enriquecidas con boletus (14 €), rotundas y abundantes, muestran la necesidad que tenemos de releer los clásicos y dejarnos de tanta pijería. Tomamos Alaia (11 €), adecuado para la comida y clasificable en el inabarcable, esforzado y casi indistinguible grupo de los vinos “de aquí” o de la tierra.

¿Cuántas veces pasamos por delante de un local que no nos dice nada, o nada bueno, y que luego nos sorprende? En Madrid esto sucede mucho y más con los numerosos restaurantes italianos, que no pizzerías. Maruzzella se encuentra en la calle Raimundo Fernández Villaverde oculto junto a burguesas terrazas de caña y patatas fritas. La mozzarella de búfala campana es inencontrable en otro sitio, y en éste es escurridiza, por lo que la suele suplir una excelente burrata e friarielli (14,50 €); los gnocchi al pomodoro (10,50 €), sabrosos, palían el recuerdo de los de Angelo en Nueva York; correctos los tortelloni alla zucca (12,25 €). Es probablemente uno de los mejores italianos de Madrid, una vez superada la verborrea incansable entre el servicio.