Después de visitar muchos
comedores en tantos países y ciudades buscando la emoción de un descubrimiento,
el plato perfecto, el sabor desconocido, una composición bella, un vino sorprendente,
la atención que recordar, la decoración impactante o las ganas de volver una y
otra vez puede que esté empezando a entender de qué va esto de la gastronomía;
o por lo menos de saber lo que me gusta y lo que no.
Lo primero que hay que decir es
una obviedad: se trata de una actividad sensorial en la que intervienen todos
los sentidos; además es personal, por lo que está también dominada por las
percepciones y emociones. A esto ya le han puesto nombre: gastrofísica. Después de decir algo tan profundo, lo voy a traducir: hay que comer
y beber bien, en un entorno agradable, con buena compañía y en un estado de cierta gracia. Esto es lo que
explica que haya sitios que no te acaban de gustar sin saber muy bien por qué y
otros que te encanten por la misma razón. Bueno, si nos ponemos muy reflexivos daremos
cuenta y razón de tal o cual elaboración, de esa añada tan estupenda o de que
todo funcionaba como si la orquesta la dirigiera el mismísimo Bach pero,
háganme caso, esto va de gustos y de días. Aquí comienzan unos cuantos recuerdos
desordenados.
Empiezo por una comida hace un
par de décadas en aquel Echaurren de Marisa que celebramos en un ambiente
relajado de trabajo y una sala poco llena en aquel día entre semana. ¿El menú? El
que iban sacando los que saben de esto y el vino el que gustaba al invitado en
aquella época de cosechas históricas.
De mi primera vez en La Vinoteca
de Santander recuerdo la novedad, la sencilla originalidad, el atento servicio
y el detalle de los vinos, un neozelandés y un jerez de contrabando. Un estado
de sorpresa y emoción, como de haber encontrado a un alma gemela.
En Central el primer recuerdo es
lo exclusivo de su cocina y del lugar, de la ignorancia de lo que comes y lo
que ves, la sensación de que estás viviendo un privilegio, como si no te lo
merecieras. Una ignorancia insatisfecha a la que no te importaría dedicar una
parte de tu vida a vencerla.
A Barra hace que recuerdes el
equilibrio entre el exuberante lujo contenido de su decoración una cocina de
producto, entender la gastronomía como experiencia y espectáculo serio y una
atención moderna y profesional. El paseo por sus espacios mostraba un orgullo
sano que se deseaba compartir.
En Sacha se está como en casa de
unos tíos adinerados que te invitan a comer, aunque pagues tú. Producto
impecable, servicio de los de antes y por siempre y la certeza de que no va a
fallar. Y si ya cenas en la terraza-jardín, un planazo que no se olvida
En el apartado de comedor con
vistas y miradas al plato, el Real Club Astur de Regatas. Burguesía y
honestidad por los cuatro costados y uno de ellos da a la playa de San Lorenzo.
El recuerdo de aquellos comedores de producto insultante y elaboración humilde
para no desmerecer el madrugón en el mercado.
D´Stage recuerda a El Club
Allard, pero en futuro y diversión. Retiene la emoción de esa primera entrada a
un lugar casi clandestino y sus cajas de sorpresas. Cambiar varias veces de
espacio, de comida y de bebida y divertirse en compañía debería estar penado. Asombro,
genio y creatividad.
Bibo deslumbra con el espectáculo
visual de su decoración, con su versatilidad y adaptación al cliente que vaya
entrando, con una cocina que se pueden permitir porque sabemos que saben. Para
aquellos que creían que lo divertido se acabó con la España de los Austrias.
Esas barras españolas son lo más
representativo de nuestra gastronomía y el escaparate de la trastienda de muchos
restaurantes. Pocas como Piripi. Abruma el abigarramiento ordenado y excesivo de
productos impecables e hipnotiza la coreografía de los camareros; un muestrario
perfecto de lo mejor de nuestros mares y campos.
La cocina de autor. Me refiero
ahora a esos restaurantes personales, o sea hechos por una persona para un
comensal que es un simple testigo de la originalidad o de lo que surja ese día.
Ninguno como One One. Aparente excentricidad y saber hacer en la cocina y en la
sala.
La gran cocina, la que se lo debe
todo al resto de cocinas y las hace ser mejores. De nuevo Echaurren, esta vez en El Portal de Francis
Paniego. Compromiso, entender las generaciones pasadas entre fogones y que lo
único importante es el comensal. Calidad, cariño y emoción y un relato que lo
cuente todo.
Y esos chiringuitos de nuestros
recuerdos y nuestros horrores. Encontramos
lo mejor y lo peor de nosotros mismos desde la picaresca hasta la nobleza. En
fin. El Restaurante Azul Playa en la de San Juan destaca por sus arroces
avalados por una clientela fiel y por una cuenta con algo de epidural, lo que
no suele ser normal en este sector.
Lúa mereció una crítica agria por
no cubrir las expectativas y su redención unos años más tarde. Más madurez,
mejor local, más atrevimiento y aprendizaje. La cocina es inconformismo;
incluso para los que se consideren ya grandes.
Los recuerdos se distorsionan por
la memoria; ni siquiera escribirlos garantiza su correcta vivencia. Todo es
perecedero; aunque menos que una buena digestión.