jueves, 26 de noviembre de 2009

Lo cordobés no quita lo valiente (I)

Me estoy refiriendo a la Córdoba de Argentina, cuna de la primera universidad americana y segunda ciudad de esta nación. Como sucede en todo el país, su oferta gastronómica es muy variada, originada en las diversas oleadas de inmigración acaecidas especialmente a finales del siglo XIX y principios del XX. Así es fácil detectar influencias principales de Oriente Medio, de Europa del Este y, por supuesto, italianas y españolas. Añádensele unas gotas del gusto refinado europeo, de desenfado norteamericano, unas materias primas de gran calidad, entre las que sobresalen las pecaminosas carnes de vacuno, y unos vinos de verdadera competencia internacional para los europeos y tendremos una cocina interesante y con gran potencialidad.

San Honorato ocupa un edificio de 130 años que fue una panadería. El fuerte de la decoración son las paredes de ladrillo visto, su alto techo de madera y un bonito comedor con frescos en las paredes desde el que se observa la cocina convenientemente acristalada. Hay que destacar la cava en el sótano, en la que tienen el acierto y buen gusto de ofrecer a los clientes mientras esperan, tras haber solicitado la comanda, un aperitivo a base de un sorprendente limón en salmuera y aceite, cecina, queso del país al pimentón y patés de cabrito y tomate raff, regados con una oferta de vinos. El blanco afrutado y ligeramente semidulce que tomé me pareció muy agradable. Claramente es un servicio que debería ser adoptado por numerosos restaurantes españoles que poseen las instalaciones adecuadas, en vez de las consabidas aceitunas, patés de origen incierto y demás fruslerías; además sirve para conversar y hacer amigos en la espera. Todo ventajas.

El plato típico de la región es el cabrito, al que no me pude resistir más por recuerdos gloriosos que por una repentina adhesión a mi transitoria tierra de acogida. Aquí se presenta como “arrollado de cabrito” (12 €) asado sobre una salsa de carne, acompañado de unas lacias patatas a la plancha, unas sabrosas berenjenas marinadas y una fragante rúcula. Tratándose de un animal tan escaso sería conveniente protegerlo; vivo. En su defecto habría que cuidar, mucho, los tiempos de cocción. Seguro que es posible encontrar punto intermedio más agradable de comer el asado entre un gracioso ser vivo y la cecina. Me recomendaron un vino Santa Julia Malbec 2008 de Mendoza (5 € 3/8), que, como, los otros que he ido probando, sirvieron a la temperatura ambiente, es decir, caliente. Esto es algo que deben cuidar y no solo en Argentina. Por último comí una esforzada tarta de frutos rojos (5,5 €). Resulta mejor y más barata la enorme oferta de bolachas que ofrece el país.

Lo mejor fue el ambiente, el excelente agua ECO de los Andes (1,7 €), que, aunque también era de Mendoza, la sirvieron a la temperatura adecuada, y lo que se ofrecía “gratis”: el aperitivo en la cava, las pasas sultanas almibaradas y el limoncello casero.