lunes, 7 de diciembre de 2009

Lo cordobés no quita lo valiente (II)

Me sucede con frecuencia que soy de los que peor piden en un restaurante. Siempre trato de descubrir un plato original o una elaboración llamativa frente a apuestas más seguras. Ir a Argentina y no comer su apabullante carne de vacuno es claramente condenable y merecedor de ser arrojado a los infiernos gastronómicos. En ellos debo estar porque pedí pesca del día (6,7 €) en Doc vinos y cocina. Se trata de un restaurante diseñado sobre gustos europeos y, sobre todo, con una buena oferta de vinos argentinos. El chef, Martín Guido Flores, se formó con Martín Berasategui, aunque se le iluminaba más el rostro al hablar de los caldos de su país que de la comida que los acompañaba.

Esa noche hice dos descubrimientos que sirvieron para desechar algunas creencias mías. El primero es que el syrah no tiene por qué saber a jalea de moras como algunos de los monovarietales españoles que he probado. Tomé una copa de un elegante Callia Alta Syrah de 2004 de San Juan (3,2 €). Por cierto, ¿por qué no se sirven vinos de calidad por copas en los buenos restaurantes españoles? De momento los argentinos nos ganan 2 a 0 en gastronomía (sin contar la carne): 1 por las copas de vino y 2 porque no se fuma, de verdad, en ningún restaurante. En lo primero no puede haber excusa en España porque existe una asequible y fresquita tecnología para que las botellas abiertas no pierdan sus cualidades. En lo otro no se entiende que en la cocina se afanen con sabores y olores a veces extremamente delicados para que, mientras los deleitas, seas asaltado, no pasivamente, por el humo. Esperemos que este tanteo se pueda rebajar para el próximo Mundial de fútbol.

El segundo descubrimiento es que hay malbecs excelentes y que no todos tienen que ser planos. El causante fue una copa de un suave Las Perdices Malbec 2006 de Mendoza (3,2 €). Mejor hubiera sido haberlo tomado en su temperatura justa, lo que no sucede en este país; creencia ésta que lamentablemente no he podido desarraigar tras la visita a varios restaurantes argentinos.

El vino en Argentina es un lujo, ya que las dos copas equivalieron prácticamente al coste del plato principal, del que solo recuerdo que iba acompañado de una bonita crema de azafrán. La comida se remató con un cup cake adecuado para el último trago de vino y que resultó lo mejor de lo comestible. Esto cada vez es más frecuente en muchos restaurantes españoles que deberían comenzar y acabar con la carta de postres. Claro que en ese caso deberían llamarse pastelerías caras.

Lo mejor: el vino, la atención del chef y de la mesera que pudieron servirme cómodamente dado el escaso público asistente. Parece que entre un buen bife y un buen vino los argentinos lo tienen claro. Mención especial para nuestra ya amiga el agua ECO de los Andes (1,7 €). Lo peor: ya no me acuerdo porque pasé un buen rato, que es de lo que se trata.

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